domingo, 28 de marzo de 2010

Alfonso Reyes (1889-1959) Un homenaje de la juventud


Homenaje a Alfonso Reyes
(26 y 27 de noviembre 2009, Instituto de México en España) 

De izquierda a derecha: 
Andrea Pérez, Daniel Sefami, Ricardo Cortés, Daniel Gutiérrez, Conrado Arranz, Óscar Pirot, Andrés del Arenal y Fernando Reynoso 

Sobre la poesía de Alfonso Reyes


"La imperativa sencillez del canto"
(Conferencia dictada el 26 de noviembre del 2009 con motivo del homenaje a Alfonso Reyes en el Instituto de México en España)


Uno de los momentos más curiosos y conmovedores de la edad de oro de la literatura japonesa tiene lugar en el lecho de muerte de su más alto representante, el poeta Matsuo Basho. Antes de  morir, uno de sus discípulos le preguntó cual sería su último Hai-ku, a lo que Basho respondió: “no hay entre todos los Hai-kus que he compuesto en mi vida, uno solo que no sea mis últimas palabras”.  Esta frase, esplendor de tibia muerte, puede aplicarse sin menoscabo a la obra poética de Alfonso Reyes. ¿Por qué atreverse a decir que los poemas que escribió una persona fueron en conjunto sus últimas palabras? Por una razón sencilla y a la vez sustancial: porque las últimas palabras siempre son las recién nacidas, mientras que las primeras no son sino sombras petrificadas, escritura inamovible. Hasta los últimos años de su vida, el humanista mexicano no dejó de reflexionar sobre su poesía, releyéndola, añadiendo cosas, retocando, o castigando incluso algunos de sus poemas; es decir, que hasta el final estuvo al pendiente de sus versos y, al hacerlo, sus poemas en general mutaron en una escritura añeja pero a la vez recién nacida, justo como un silencio acabado de pronunciar. 

En este sentido, la obra poética de Alfonso Reyes se constituyó como un óleo al que nunca se le dejó de acariciar con el pincel, como un temblor de letras que no dejó su oficio hasta cuajar en el rigor más perfecto, en la lucidez más esbelta. En el prólogo al Tomo X de sus obras completas, libro que contiene la totalidad de su poesía, el propio Reyes afirma: fuera de casos extraordinarios, un poema hoy retocado sigue siendo el mismo de ayer, aun cuando, en términos platónicos, represente una mayor aproximación al poema que está en el cielo.

Esta vocación quirúrgica que siempre mantuvo Reyes para con su obra, quedó ingeniosamente expresada en uno de sus innumerables encuentros con Borges; en aquella ocasión, en la que ambos se cuestionaban acerca del sentido de publicar, el escritor mexicano confesó al argentino:  Publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo los borradores”.  Cual sería este ímpetu de reflexión sobre su obra que, en 1953, a 6 años de su muerte, Reyes, en una carta inédita dirigida al crítico Rodríguez Monegal, escribió: quiero que la literatura sea una cabal explicitación, y, por mi parte, no distingo entre mi vida y mis letras. ¿No dijo Goethe: Todas mis obras son fragmentos de una confesión general?  

Tal vez por esto, entre otras razones, a Reyes le daba miedo la palabra antología, incluso siempre se rehusó a preparar la suya. Si sus poemas habrían de juntarse, ninguno de ellos tendría que faltar. Omitir algunos por razones electivas- y no estéticas-  habría sido cercenar un mismo cuerpo, arriesgarse a ofrecer, como él mismo decía, no flores sino espinas. Este impulso de totalidad, similar al que encausó Luis Cernunda con su libro La realidad y el deseo, terminó por agrupar los poemas de Reyes bajo el nombre de Constancia poética, título que encabeza al ya citado tomo X de sus obras completas.

Hablar de la poesía de Alfonso Reyes, como de cualquier aspecto de su obra, resulta, en cierta medida, insatisfactorio; primero, porque la vastedad de su escritura se impone majestuosamente a cualquier primer intento de digestión conceptual, y es que 26 tomos resultan, de tan reales, inimaginables; y  segundo, porque dicha vastedad está infestada de erudición y encantamiento. No por nada Octavio Paz dijo que hablar de Alfonso Reyes no era hablar de un escritor sino de toda una literatura. Reyes es en sí, un proceloso caudal de letras. 

Constancia poética, se nos revela entonces como el punto real y definitivo a su poesía. El libro se publicó justo en el año de su partida en 1959. Algunos creen que incluso pudo haberlo visto terminado, o al menos en un proceso avanzado de edición. Reyes se disolvió de los párpados del mundo un 27 de diciembre, días antes, el 11 del  mismo mes para ser precisos, abría los párpados al mundo su poesía completa. Causalidad astral o fatalismo griego, su poesía se nos presenta como el relevo de su existencia, como el  halo luminoso al que Virginia Woolf se refería para describir la forma en que se nos presenta la vida, quizá como una evanescencia difusa e inapresable, quizá como un espejismo carnal.

Este décimo tomo reúne 7 apartados en los que tiempo y espacio se confabulan para ofrecernos el retrato escritural de un hombre que se consagró durante más de 52 años a derramar versos.

En términos generales, la poesía de Alfonso Reyes está fuertemente marcada por un seísmo temático, estilístico y geográfico, que lo convierten, a mi modo de ver, en un poeta tentacular. Con esto quiero decir 3 cosas: la primera; que su obra se engendró en diversas partes como México, Madrid, Buenos Aires, Río de Janeiro o París, sin contar los otros múltiples lugares a donde Reyes viajó; la segunda, que su estilo es dúctil y escrupuloso, es decir, que no se amilana ni frente a la sencillez de lo coloquial, ni mucho menos frente a la exigencia que implica reinventar un drama del teatro clásico griego; y por  último, que su variedad temática es exquisita  además de inagotable.

Atreverme a realizar en estas páginas  un recorrido riguroso y casi alfabético por los 7 apartados y  las más de 20 secciones que contiene Constancia poética, sería imprudente y extenuante por mi parte; además, considero que más allá de evidenciar al autor, lo que se pretende con este breve homenaje es imantar al lector, atraerlo al magnetismo que irradia la poesía de Reyes.  ¿qué mejor homenaje que incentivar la lectura de alguien que merece ser leído o releído? Así que me limitaré a tender anzuelos y no redes.

Desde sus primeros poemas, Reyes muestra una versatilidad formal que le dan a su obra un irradiante frescor. Lo mismo incursiona en el soneto, que en poemas dialogados, llegando incluso a la especial musicalidad de un Jorge Manrique al escribir en versos de pie quebrado. En ese período de adolescencia, el escritor regiomontano muestra una gran pasión por la cultura griega, y a su vez un lirismo depurado que le va haciendo escudriñar en las fuerzas aparentemente sobrenaturales y contradictorias del hombre, tal y como se aprecia en el poema titulado “Esta necesidad”. 

De igual forma, nos sorprende su disposición temática y su sensibilidad frente a la inmediatez del mundo. Su repertorio es amplio y generoso. Por un lado consagra poemas a Manuel José Othón, a Amado Nervo, a Juárez, a su propio hijo, y por el otro homenajea a André Chénier, a Tolstoi y a Oscar Wilde. Lo mismo sucede con el espacio, enarbola poemas dedicados a su ciudad natal, pero  a su vez se deja contaminar por sus viajes, cantando a Madrid, a Toledo, a Venecia y, años más tarde, a Buenos Aires y Río de Janeiro. Esta bifurcación temática será una constante en su obra. Reyes siempre apostó por la universalidad, por lo cosmopolita, resquebrajando cualquier intento de nacionalismo. Como lo hiciera el poeta Rilke, comprendió que la única patria del hombre es su infancia, es decir, sus recuerdos, sus primigenias heridas con el mundo, y no en sí el espectáculo material que nos rodea en el nacimiento. Supo que cantar a lo universal implicaba no solo cantar al mexicano, sino a todos los hombres de la tierra.

Con el paso del tiempo, la poesía de Reyes va creciendo y madurando de forma excepcional. La soledad, el insomnio, la infancia, la vocación de exilio, la melancolía por los amigos muertos, irán perfilando un recorrido de intimidad y una densidad lírica que nos dejarán poemas inolvidables como aquél que dedica a la muerte de su padre, caído durante la Revolución Mexicana.

Algo que sorprende gratamente y sin duda a cualquier lector de Alfonso Reyes, es la capacidad no sólo de ocuparse de cosas excelsas a través de una sencillez explícita, sino de  cómo lo explícito, llega a desnudarse de los atavismos profundos propios de la poesía, para entregarnos una delicia de humor e ingenio. Esta muestra, está recogida en el segundo apartado de Constancia Poética, titulado Cortesía, en el que encontramos desde poemas epistolares y dedicatorias, hasta décimas de cabo roto, entre otras delicias.

Si nos hemos deleitado con el exquisito contraste que existe en la poesía de Reyes, más nos sorprenderemos al ver que su más grande poema incursiona en nuevos tonos y estilo. Ifigenia Cruel, posee tan perfecta elaboración que es, junto con Muerte sin fin de José Gorostiza y Piedra de sol, de Octavio Paz, uno de los poemas más esplendorosos de la literatura mexicana del siglo XX.

Ifigenia cruel, se consolida como el punto más álgido de su producción poética, el más singular, el más imponente y el más estudiado. Es un poema dramático dividido en 5 tiempos y que se ocupa de un tema del teatro clásico griego, tal como lo hicieron Esquilo, Sófocles, Eurípides, Goethe y Racine, entre otros, y que Reyes lo retoma para ofrecernos una significativa  y meditada tragedia griega en pleno siglo XX. Cuando uno lee Ifigenia Cruel, queda completamente encandilado; pero si además lee los comentarios que el mismo Reyes hace hacia esta obra, lo normal es que uno se quede enmudecido, perplejo, sin ganas de añadir nada más porque ya todo esta tan bien dicho que es mejor resignarse a aceptarlo en vez de arriesgarse a desdecirlo.

Una vez más Alfonso Reyes logra que la erudición y la complejidad se nos presenten de una forma  certera y asequible.

Ifigenia pertenece a una raza que ha heredado una maldición desde sus antepasados, concretamente en la persona de Tántalo. Por esta razón,  se ve a punto de ser sacrificada cuando, inesperadamente, la diosa Artemisa la rapta y la conduce hasta Táuride para convertirla en una sacerdotisa cruel y de culto bárbaro, propios de la diosa que le salvó la vida. La novedad que introduce Reyes es que Ifigenia sufre un aborto de memoria, es decir,  no conserva ningún recuerdo de su pasado, y teme sentirse diferente de las demás criaturas. Tiempo más tarde, gracias al encuentro con su hermano Orestes, sufre un proceso de anagnórisis, es decir, de mutuo reconocimiento y pronto recuerda su verdadera identidad. En este punto se le plantea una disyuntiva: no sabe si regresar a su casa, a sabiendas de que siempre será perseguida por los dioses, o quedarse en Táuride a seguir oficiando – cito al propio Reyes- “una vida de carnicera y destazadora de víctimas sagradas”. Finalmente, para romper con el fatalismo maldito de su raza, decide quedarse y seguir el ensangrentado camino en que la ha puesto Artemisa. Reyes, de forma magistral, le da la opción a su personaje de elegir su propio destino, entre ser una víctima perseguida o un verdugo sin escrúpulos. Esta densidad conflictiva, aunada al desarrollo psíquico y filosófico del poema, harán de Ifigenia Cruel una obra maestra y universal.  

Siguiendo en la línea del clasicismo griego , hay otro libro de Alfonso Reyes que, desde el mismo título, nos da un tono épico y a la vez vacacional, el libro se titula Homero en Cuernavaca. Sí, a Reyes le gustaba leer La Ilíada en Cuernavaca a manera de recreación y descanso. El libro posee 30 sonetos y está impregnado de un candor lúdico; a su vez, está cargado de gracia, humor y diversos trucos en los que de repente, los personajes de la Ilíada parecen que fueran nuestros contemporáneos, tal y como ocurre en el soneto titulado Llanto de Briseida.

Casi al final de su vida, Alfonso Reyes volvió a incursionar en el romance. Los versos octosílabos le gustaban  por el coloquialismo y el tono conversacional que imprimen a las palabras. Siempre mantuvo un gran interés por los relieves de la lengua y esto queda de manifiesto en su poesía.

La virtud de Alfonso Reyes consistió, principalmente, en saber brindarnos toda su erudición y sabiduría de forma cristalina. Su obra posee esa imperativa sencillez del canto que hace que lo robusto se convierta en esbelto.

Si hacemos un recuento de la obra de Reyes, siguiendo el inventario realizado por uno de sus más grandes exegetas, el crítico José Luis Martínez,  comprenderemos la magnitud de su oficio literario y el por qué deseaba que no hubiera distinción entre su vida y sus letras. Su obra pues, esta compuesta por:   veintiún libros de poesía, ochenta y ocho de crítica, ensayos y memorias, siete de novelística, veinticuatro de archivo, treinta y cinco prólogos y ediciones comentadas, once traducciones y dieciséis obras póstumas: doscientos dos libros en total, a los que habría que sumar más de 50 epistolarios y 2 ó 3 volúmenes de archivos diplomáticos, sin contar  aún su extenso Diario”.

En lo que respecta a su poesía, su primer cuaderno de borradores lo empezó desde los once años y desde ahí hasta su muerte nunca dejó de brindarnos su sensibilidad.

Con todo esto, cuesta trabajo saber que tuvo detractores y que hubo gente que le acusó por falta de acción. Afortunadamente, los grandes que le acompañaron siempre lo defendieron y le otorgaron una merecida reivindicación en el panorama de la literatura universal. Gente que ya no está con nosotros, y personas que aún siguen estando, nos han dejado un hermoso testimonio sobre la persona y la obra de Alfonso Reyes: Gabriela Mistral, Adolfo Bioy  Casares, Borges, Octavio Paz, Miguel de Unamuno, Xavier Villaurrita, Adolfo Castañón, Carlos Fuentes, Vicente Quitarte, Elena Poniatovska, José Emilio Pacheco, entre tantos otros. Ahora, con este breve homenaje desde la perspectiva de la juventud y de la más grande admiración, quisiera cerrar mi turno leyendo uno de los poemas más entrañables de Alfonso Reyes y que posee esa imperativa sencillez del canto, porque deseo  también que mis últimas palabras en esta intervención sean las palabras del propio Alfonso reyes, el poema se titula “Sol de Monterrey”.

o. pirot


martes, 23 de marzo de 2010

Transbordo

los rostros anónimos del viaje se estrellan como insectos en el parabrisas de la mirada un tropel de gestos mutilados perfora el acuoso vitral de las pupilas tantas caras desconocidas resultan familiares breves candiles de la misma telaraña con que teje la seda del destino nuestros ecos ávidos de llegar siempre a ninguna parte ocupamos vagones que otros han abandonado intercambiamos trayectorias huérfanas de camino somos un efímero reflejo que persigue la imagen absoluta de su ser un hormiguero de sombras descifrando el túnel de los días en la lepra continua del espacio buscamos la huella original de nuestra carne.  

  o. pirot  (inédito)

martes, 16 de marzo de 2010

Indagación sobre un título


OCTAVIO PAZ Y LOS HILOS DE "CUADRIVIO"



Los libros comienzan desde su nombre, es decir, desde su título. Los títulos brindan identidad y evocación. No sólo designan realidades sino que las disfrazan, las tornasolan. Algunos están pensados con la diáfana pulcritud del cristal, otros con el abigarrado reflejo del prisma; de ahí que los primeros nos inviten a la quietud, y los segundos al viaje, a descubrir los hilos de donde provienen. Así, cuando uno lee o pronuncia el título de Cuadrivio,  la curiosidad, la intriga y la duda, revolotean como pájaros inquietos en una jaula circular hecha de calcio.

¿Qué llevó a Octavio Paz a nombrar de tal forma a dicho libro?, ¿hacia qué eslabón del tiempo nos remite?, ¿qué relación guarda el título con los 4 ensayos  expuestos en sus páginas? Lo que me propongo a continuación es desentrañar estas preguntas concernientes a Cuadrivio: palabra poseedora de un ligero cosquilleo que nos vuelve por un momento gatos.

Entre los poetas a quienes Octavio Paz hilvanó en su telar ensayístico se encuentran: Rubén Darío, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa y Luis Cernuda. Los ensayos dedicados a estas cuatro voces aparecieron cobijados en 1965 bajo el título de Cuadrivio.

Previamente, sin embargo, estos escritos habían sido concebidos en años distintos, aunque cercanos, y publicados en diferentes revistas. Por las notas que el poeta de Mixcoac (Mixcoac fue mi pueblo: tres sílabas nocturnas/ un antifaz de sombra sobre un rostro solar) nos brinda, encontramos que el primer ensayo que dio a luz fue el dedicado al portugués Fernando Pessoa y que se titula El desconocido de sí mismo. Este texto fue fechado en París en 1961 y publicado un año más tarde como prólogo a la Antología de Fernando Pessoa en las ediciones de la Universidad de México.

El turno siguiente fue para el poeta zacatecano Ramón López Velarde. El Camino de la Pasión se concluyó en Delhi el 4 de agosto de 1963. En ese mismo año, el ensayo aparecería publicado en los números 11 y 12 de la Revista Mexicana de Literatura.

Los dos ensayos restantes están fechados en el mismo año. La palabra edificante, dedicado a Luis Cernuda, se concluyó el 24 de mayo de 1964 en Delhi, apareciendo un año más tarde en Papeles de Son Armadans XX (Madrid-Palma de Mallorca).

El último escrito, El caracol y la Sirena, dedicado a Rubén Darío, fue también finalizado en Delhi un 6 de octubre de 1964, apareciendo en diciembre de ese mismo año en la Revista Mexicana de Literatura.

Con los datos anteriormente expuestos podemos subrayar que los ensayos fueron escritos entre 1961 y 1964. Como se mencionó al principio de este texto, en 1965 el nobel mexicano los reunió en Cuadrivio. La dispersión y la anticipada publicación de los mismos, nos hacen intuir, más no afirmar, que Paz los concibió de forma autónoma y que la idea de agruparlos en un libro fue posterior, ya cuando los cuatro ases estaban oscilando en la intemperie del mundo.

En el prólogo de su libro Paz escribe: “No me propuse buscar un ilusorio parecido entre ellos. Más bien intenté lo contrario: destacar aquello que los distingue”.

Y es aquí donde comenzamos a desnudar la fruta. Independientemente de que la decisión de agrupar los ensayos en Cuadrivio haya sido previamente pensada  o no, lo curioso y deslumbrante surge al desentrañar las preguntas que al principio nos cuestionamos.

¿Qué llevo a Octavio Paz a nombrar de tal forma a su libro? A primera vista, la pregunta resulta pueril, pero en realidad no lo es. Cuando uno se enfrenta por vez primera al libro y observa que contiene cuatro ensayos, la relación del título con la obra parece obvia: 
-Cuadrivio nos hace pensar en el número cuatro porque son cuatro los ensayos que en él duermen. Es verdad, pero quedarnos ahí sería nadar en un lodazal de conformismo que ahogaría por completo el objetivo de este breve ensayo.  La relación va mucho más allá y se verá expuesta más adelante, pues para ello es necesario responder las siguientes dos cuestiones. Previo a internarnos en las respuestas, creo atinado confesar que las siguientes indagaciones son producto de una curiosidad implacable y que las conjeturas a las que me empeñé fueron hijas de una observación directa, no menos quisquillosa, del libro en su propio hábitat. De igual forma, ignoro si las conclusiones a las que haré referencia hay que darlas por sabidas o si el propio Paz ya lo había pensado así. Lo que pretendo es simplemente contribuir con un pequeño puñado de letras  a alimentar los estudios que sobre Octavio Paz se tienen. Así pues, comencemos a seguir nuestros hilos.

¿Hacia qué eslabón del tiempo nos remite la palabra cuadrivio? Contestando esta pregunta tendremos una visión distinta a la que teníamos de la respuesta a la primera cuestión.

La Historia ha distinguido en Francia tres renacimientos: el de los siglos VIII y IX, el del XII, y el más conocido y universal, el comprendido entre el XV y el XVI. Precisamente fue en el primer renacimiento (aunque algunos no lo consideran como tal) donde el territorio galo inauguraría uno de sus más despampanantes eslabones del tiempo: el Renacimiento Carolingio.

No es motivo de este texto desarrollar una amplia y meticulosa descripción de este período histórico francés, aunque es imprescindible no pasar por alto algunos de los aspectos más enriquecedores de la época: el llamamiento por parte de Carlomagno al monje sajón Alcuino, el más sabio de su tiempo, para que le auxiliara en sus propósitos; el surgimiento de una nueva forma de escritura, “la minúscula carolingia”, que agilizó el proceso de la copia de libros; la aparición de los talleres Scriptoria, en el que se copiaban y actualizaban libros dando lugar al nacimiento de las bibliotecas en los monasterios, por ejemplo, en el de San Riquer; la construcción de la capilla de Aquisgrán, monumento típico de la arquitectura carolingia; las expediciones realizadas a España, el sometimiento de todos los pueblo germánicos,  la intención de hacer de las iglesias verdaderos centros de vida social, y -uno de los acontecimientos más decisivos, en este caso para la Filología-  la aparición del primer documento escrito en lengua romance (primitivo germánico y primitivo francés): Los juramentos de Estrasburgo,  fechados el 14 de febrero del año 842.

Sin embargo, los dos aspectos por los que se le ha considerado un renacimiento, son los que tienen que ver única y exclusivamente con la enseñanza escolar que se propagaba en aquel entonces y el desarrollo de los talleres Scriptoria. Para hilar nuestro propósito nos concentraremos brevemente en el primer aspecto.

El emperador Carlomagno, animado por el monje Alcuino, organizó escuelas a varios niveles, dando lugar a tres tipos:   la Academia Palatina, las escuelas adscritas a las iglesias episcopales y monacales, y las escuelas rurales. Más tarde, dos de estas escuelas desaparecerían por su incompatibilidad con la idiosincrasia bárbara manteniéndose sólo las adscritas a las iglesias, mismas que remontan su origen en los tiempos merovingios, dinastía antecesora a la de Carlomagno. 

En estas circunstancias, se devela un nombre imprescindible para  la educación en la Edad Media: Cassiodoro. Flavius Magnus Aurelius Cassiodoro, no sólo fue amigo y discípulo de Boecio, sino un propulsor de la actividad filosófica y teológica, mismas que desarrollaría en el monasterio de Vivarias, fundado por él al sur de Italia. Sin embargo, la excelsa contribución de este filósofo fue la de transmitir a la Edad Media conceptos procedentes  de la cultura antigua.

Inspirado en los 7 brazos del Candelabro del Templo de Jerusalén, Cassiodoro organizó en 7 partes la enseñanza, contenidas en dos bloques: el Trivium y el Cuadrivium. El Trivium estaba compuesto por tres materias de carácter lingüístico: Gramática, Retórica y Dialéctica, y por su parte, el Cuadrivium lo formaban las denominadas artes liberales: Aritmética, Geometría, Música y Astronomía. Este esquema, impulsado por Cassiodoro, fue generalizado por los carolingios. Cabe mencionar que anterior a este filósofo, fue su maestro, Boecio, quien ya había dado forma al cuadrivium, basándose en Pitágoras y en la educación científica platónica. En dicho cuadrivium estaban contenidas las que para Boecio eran las cuatro disciplinas matemáticas y que corresponden a las materias que componen el cuadrivium de Cassiodoro. Calvin M. Bower, en su traducción al inglés del libro de Boecio De institutione Musica, nos lo clarifica: “He would lay a scientific foundation by writing on four mathematics disciplines –the quadrivium, as he collectively called them”.

Ahora bien, he aquí que se desentraña la segunda pregunta: es muy claro que el título Cuadrivio nos remite al Cuadrivium de la Edad Media. Pero ¿qué ganamos con saberlo?

Para desenredar este nudo abstruso es necesario cultivar la respuesta de nuestra última pregunta: ¿qué relación guarda el título de la obra con los 4 ensayos? Sabemos ya que la palabra cuadrivio no sólo nos conduce hacia el número cuatro, sino que además nos transporta hacia las cuatro artes liberales de la Edad Media: Aritmética, Geometría, Música y Astronomía. Tras la primera lectura del libro de Paz, nunca dejé de cuestionarme dicha pregunta, lo cual me llevó, después de varias búsquedas, a la siguiente conclusión.

 

Octavio Paz no sólo tituló de tal forma a su libro porque significara y concordara con el número de ensayos que contenía, sino que, más allá de esta nimia deducción, volvió cómplice al lector, dejando, por llamarlo de algún modo, una especie de final abierto. Esta complicidad que mantuve con el libro, me llevó a la pequeña osadía de encontrar mi propia interpretación. De esta forma, me permití atribuirle, después de varias ojeadas y hojeadas al libro, un arte liberal a cada uno de los poetas que protagonizan Cuadrivio, con lo que llegué a la siguiente relación:

El cuadrivium de la Edad Media estaba formado por Aritmética, Geometría, Música y Astronomía, y por su parte, el Cuadrivio de Octavio Paz lo conforman Rubén Darío, Ramón López Velarde, Fernando Pessoa y Luis Cernuda. Así que relacioné cada ensayo con cada una de las cuatro materias quedando así las siguientes combinaciones:

Rubén Darío = Música

Ramón López Velarde = Astronomía

Fernando Pessoa = Aritmética

Luis Cernuda = Geometría

Octavio Paz en ninguna parte del libro menciona de modo explícito dicha relación, lo cuál quiere decir dos cosas. La primera, que Octavio Paz quería que el lector fuera quien encontrara dicha relación o, la segunda, que él también fue víctima de su propio y deslumbrante azar, es decir, que no elaboró conscientemente el libro con ese propósito, el de emparentar  sus ensayos con las artes liberales.

Aún así, en el supuesto  de que el escritor mexicano  lo haya hecho deliberadamente, deja la puerta abierta para varias posibles combinaciones de las cuatro cartas en juego, ya que los ensayos no se nos presentan con una afirmación letal que nos asegure con qué arte liberal están emparentados, por lo que pueden haber combinaciones distintas a las que hago referencia, sin embargo, encontré en cada  ensayo la información necesaria para poder justificar las mías.

Citar aquí todas y cada una de las palabras que reafirman mis conclusiones resultaría tedioso y sería hacer del bosque un jardín, de ahí que otro de los objetivos de este pequeño ensayo sea el de incentivar una iniciación a la lectura o una relectura de Cuadrivio, deseando poder enriquecer la mirada del lector con una nueva perspectiva. Aún así, realizaré un breve comentario de cada poeta.

La relación más evidente es la de Rubén Darío con la Música. En el ensayo que le dedica Paz, hay constantes alusiones al ritmo, a la renovación del lenguaje y a la musicalidad que imprimió el modernismo hispanoamericano. El poeta mexicano llega afirmar que “El modernismo se inicia como una estética del  ritmo y desemboca en una visión rítmica del universo”. Incluso, en la Antología hecha por Carmen Ruiz Barrionuevo (en la que también se incluye El caracol y la sirena como prólogo) pueden encontrarse citas de Antonio Marasso y Pedro Salinas que subrayan la importancia de la música poética y pitagórica en la poesía de Darío.  

En el caso de López Velarde y la Astronomía la relación es también visible. Los temas de López Velarde son variados: la provincia, la muerte, el amor, el erotismo, la mujer. De hecho, para Paz, los dos momentos en que se divide la obra de López Velarde -La sangre devota y Zozobra- están regidos por distintas figuras de mujer. De todas ellas, la de más peso es sin duda la amada juvenil Fuensanta. “Fuensanta se vuelve un cuerpo inaccesible y su amor algo que jamás encarna en un aquí y un ahora.

La astronomía se ocupa del estudio del movimiento de los astros, por lo que la incesante contemplación del cielo es una de sus principales características. El poeta zacatecano es un astrónomo de Fuensanta. La observa en vida y en muerte, en la realidad y en lo onírico. Fuensanta, la inasible, es un astro en perpetuo movimiento. Más aún nos sorprendemos al saber que en los poemas de López Velarde aparecen los símbolos de la cábala, la astrología y la alquimia. De hecho, la síntesis de su zodiaco es el León y la Virgen. El crítico Allen W. Phillips, a quien se atribuye el estudio más completo sobre el poeta zacatecano, advierte que los motivos astronómicos  son frecuentes en su verso y en su prosa, sobre todo los de signos zodiacales, aunque para Paz, hubiera sido más exacto escribir: motivos astrológicos. 

La relación Fernando Pessoa-Aritmética guarda también cierta analogía, en esta ocasión en un nivel metafórico. La Aritmética se define como la parte de las matemáticas que estudia los números y las operaciones hechas con ellos. Entre las siete operaciones básicas de esta rama se encuentran: la suma, la resta, la multiplicación y la división. Ahora bien, Paz, al referirse a Pessoa escribe: “Su historia podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad de sus ficciones”; se refiere a Fernando Pessoa y sus heterónimos: Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. Cuando uno lee la obra de Pessoa, pareciera estar sumergido un una especie de aritmética lúdica, los heterónimos juegan a aparecer y desaparecer, a restarse, a sumarse, y las operaciones entre ellos, resume la fascinación y complejidad del total de la obra del gran futurista portugués.

En último lugar, tenemos a Luis Cernuda y la Geometría. La relación parece ser más tenue que las anteriores pero no por ello merece ser descartada. La Geometría puede definirse como un estudio matemático del espacio y de los elementos que lo componen, como puntos, líneas, planos y volúmenes.  La fascinación que el cuerpo joven despierta en Cernuda es un eje central para entender y adentrarse en su poesía. En gran parte de su obra se aprecia el culto al cuerpo y al paisaje. Al respecto de este último punto, Paz comenta: “A veces sus paisajes son tiempo detenido y en ellos la luz piensa como en algunos cuadros de Turner; otros están construidos con la geometría de Poussin.”

De esta forma, observamos algunas de las afinidades que se hilvanan entre los ensayos y su arte liberal correspondiente. Quisiera advertir, sin embargo, que sería un error de mi parte encapsular cada uno de los 4 ensayos – y por consiguiente a cada uno de los 4 poetas-  única y exclusivamente en su arte liberal, pues en cada texto acudimos a un gran análisis, a una prosa erudita y elaborada, a una lucidez implacable que hacen del libro un exquisito e imprescindible cuerpo ensayístico. Por lo que, aunque me haya centrado sólo en esta relación, en Cuadrivio late una cantidad enorme de aspectos enriquecedores que, por razones de eficacia y delimitación temática, he decidido omitir.

Hemos llegado al final de este breve ensayo. Hemos jugado con Cuadrivio como lo haría un gato, embriagado de curiosidad, con una bola de estambre. La hemos desenredado lo mejor posible hasta desnudar por completo cada nudo y entrever el posible origen de sus hilos, los hilos de Cuadrivio. Como no tenemos la certeza de que dicho libro haya sido elaborado con esa intención, la de hacer una breve analogía entre los cuatro poetas y las cuatro artes liberales, quizá para algunos, las ideas expuestas en el presente texto puedan resultar demasiado intuitivas, poco fiables y, en el peor de los casos, desatinadas. Como seres humanos, padecemos hambre de evidencias claras e indudables certezas; sin embargo, la literatura es por sí misma un cuerpo nebuloso que permite toda clase de interpretaciones, siempre y cuando éstas adquieran tintes de verosimilitud, y considero que el presente texto, en mayor o menor medida, los posee. De no ser así, sólo espero haber sembrado en el lector una nueva posibilidad de lectura y una semilla de incesante curiosidad por descubrir los posibles secretos que ciertos libros puedan esconder bajo sus títulos.

Finalmente, en el supuesto de que Octavio Paz haya sido, como hemos especulado con respeto, víctima de su propio azar, no deslustra en absoluto su lucidez; para ello, basta sólo recurrir a una frase de Alexander Fleming: “La suerte llama a la puerta de la mente preparada”. 

  o. pirot