Hace ya bastantes años que leí el siguiente soneto de Antonio Machado:
Esta luz de Sevilla... Es el palacio
donde nací, con su rumor de fuente.
Mi padre, en su despacho. —La alta frente,
la breve mosca, y el bigote lacio—.
Mi padre, aún joven. Lee, escribe, hojea
sus libros y medita. Se levanta;
va hacia la puerta del jardín. Pasea.
A veces habla solo, a veces canta.
Sus grandes ojos de mirar inquieto
ahora vagar parecen, sin objeto
donde puedan posar, en el vacío.
Ya escapan de su ayer a su mañana;
ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
piadosamente mi cabeza cana.
Es un soneto que me ha acompañado como lector durante mucho tiempo y al
que le dedicaré algún día un análisis profundo. Sin embargo, el motivo de este
texto es confesar que cuando lo leí por primera vez se me quedó grabada la
imagen detallista que aparece en el último verso del primer cuarteto: la breve
mosca. Desde aquella vez, esa breve mosca se metió en mi cabeza zumbando como
una caligrafía de aire. Recuerdo que me dije a mí mismo: “La breve mosca” es un
título que alguna vez me gustaría ponerle a un poema.
En mi poemario Bestimenta,
justo aparece un poema titulado así y que a continuación reproduzco como
evidencia final del idilio que aún me sigue zumbando en la sangre. Los dejo con
él:
La breve mosca
Un zumbido es suficiente
para desbaratar el silencio
para arrullar al mundo en un suave
aleteo de insomnio
la breve mosca desova
una sílaba nocturna
algo menos que una palabra
pero que sin duda agota todas
las posibilidades del lenguaje.
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