sábado, 21 de marzo de 2009

Julio Espinosa Guerra (Santiago de Chile, 1974)

Julio Espinosa y Oscar Pirot
17 abril 2007, recital en Café Gaudeamus

Hay amistades oscilatorias, relaciones imantadas por una gravedad circular que gira como un faro en busca de alguna huella, una gaviota, una grieta en el horizonte, un barco. Pese a la lejanía espacial que nos separa y a la intermitencia casi astral de nuestros breves encuentros, mi relación con Julio ha estado siempre marcada por esta suerte de oscilación que provoca el gozo de una incertidumbre y la emoción de una causalidad. En los casi 6 años que llevamos de conocernos, la amistad con Julio se me ha revelado como una marea llena de cardúmenes de letras, de algas detallistas, corales reflexivos, medusas cordiales, peces de café, versos en su tinta. Podría referirme aquí a muchos de nuestros encuentros en Madrid, pero uno de los que palpita con más claridad es cuando me invitó a comer a su antiguo piso madrileño cerca del metro Argüelles. Lo primero que me llamó la atención cuando conocí a Julio fue la agudeza de su conversación, el aura meditativa que envuelve sus palabras, su sencillez, su cordialidad y más aún ese proceso de sedimentación del lenguaje en el que uno se sumerge cuando lee su poesía. Esos detalles no han dejado aún de sorprenderme. Recuerdo que cuando entré a su departamento una cálida armonía se apoderó de mí. Después de haberme dado un recorrido por su piso y de conversar nos dirigimos a la cocina. Ahí se dio una operación curiosa y en cierta medida bipolar, ya que al tiempo en que cocinábamos nuestra conversación, Julio cocinaba unas deliciosas berenjenas rebozadas que más tardes hicimos desaparecer al tiempo en que aparecía por la puerta la poeta madrileña María Guijarro. Nos sentamos lo tres a charlar y de pronto, como por acto reflejo, comenzamos a leer poesía. Julio sacó casi un centenar de hojas tatuadas con poemas inéditos los cuales nos compartió. Aquellas hojas contenían los poemas de su actual libro NN y gozamos de una tarde placentera. Tiempo más tarde, al enterarme que NN había sido galardonado en 2007 con el premio internacional de poesía Sor Juana Inés de la Cruz, inmediatamente se recreó en mi memoria aquella tarde en la que nos había recitado parte del libro, y esbocé una sonrisa que dibujó en todo mi cuerpo el rostro de la admiración y el de la felicidad compartida que me provocó la noticia de aquel premio. Hay un detalle que nunca olvidaré: en el año 2004, días después de aquél terrible atentado de Atocha, nos encontrábamos en el Café Libertad con motivo de un recital; Julio se subió al pequeño estrado, justo al lado de ese piano humilde y entrañable que duerme en un rincón, estaba perplejo como todos, con una larga tristeza que se respiraba en un mar de taquicardias. Dirigió unas palabras y organizó una lectura improvisada de poemas como un gesto de duelo y condolencia por las víctimas, invitando a subir al estrado a varios de los que estábamos allí para intentar sembrar en el aire un poco de poesía, un delgado hilo de luz en medio de tanta tiniebla. Ese día respiré muy hondo una de las cualidades más nobles y gratificantes de la poesía: la fraternidad entre los hombres.

o. pirot

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