martes, 17 de marzo de 2009

Jesús Urceloy (Madrid, 1964)

El primer poeta con el que tuve contacto en Madrid a mi llegada en el año 2002 fue Jesús Urceloy. Lo conocí en el emblemático Café Libertad situado en el barrio de Chueca. No podría precisar con exactitud la fecha en que sucedió ese encuentro, pero pese a ello, lo que sí se recrea en mi memoria es aquella pequeña escena en la que mi cuerpo irrigó pulsaciones de ilusión y descubrimiento. Eran pasadas las 8 de la noche de un día de invierno del 2002 y me encontraba en la barra del Café Libertad. El tiempo transcurría como un algodón desvaneciendo su niebla con un delicado ritmo. Pedí un café con leche. Con cada sorbo también bebía un poco de esa luz acogedora y hasta cierto punto de vista espectral de la atmósfera de aquél café. De fondo se dejaba oír con fragilidad una música de trova que fue suavemente interrumpida por la voz del camarero: - Ya no tarda, está por llegar. Llevaba conmigo un pequeño poemario que había autoeditado bajo el nombre de Vive mi tinta pocos días antes de mi partida de México a España. Ese poemario sería el germen que 3 años más tarde mutaría en el libro Memoria del agua. Pensaba obsequiar Vive mi tinta a Jesús Urceloy, y mientras me sumergía en ese pensamiento con un poco de electricidad en mi respiración, el espacio fue inundado por una presencia más que cordial. Giré la cabeza y lo vi. Me impresionó su aire de roble, su voz cobriza y estentórea, su sombrero que despedía una procesión de fantasmas bohemios, sus lentes como ventanas transluciendo la bondad de su rostro. Sin que me diera cuenta de pronto me encontré en medio de una pequeña conversación. Su amabilidad brillaba sin cesar como las luciérnagas que bailan en el pabilo de una vela. Le obsequié el poemario, leyó algunos poemas e inmediatamente me señaló los acentos más particulares de los versos. Yo no hacía más que admirar la facilidad con la que hilvanaba sus comentarios. Al poco tiempo me despedí de él y sentí como si Madrid me tendiera su primera y verdadera caricia de letras. Días más tarde hablamos por teléfono y con gran gentileza me invitó a participar en el ciclo de recitales que en aquel entonces coordinaba en el Café Libertad. Ese detalle fue la grieta por la que más tarde llegarían una marea de amistades y descubrimientos que aún siguen alimentando mi estancia en Madrid. Hace mucho que no lo veo, la última fue en aquel recital  que ofreció en la sala Nautilus (sala que coordinaba el poeta Gonzalo Escarpa). Pese a ello, sólo al escribir estas líneas late en mí con fuerza aquel pequeño encuentro que aún me baña con su inmensidad luminosa. 

o. pirot
  

4 comentarios:

  1. Querido Oscar, poeta, cuánto tiempo, búscame -que es fácil- y encontrémonos de nuevo.

    Urceloy

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  2. Guau, Óscar, fantástico. Muy generoso abrir tu blog dedicando el espacio a otro poeta, el acogedor y cercano Urceloy en este caso, que no desaprovecha en ningún momento sus contundentes manos: siempre para la caricia, nunca para el golpe.

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  3. Estimado Urceloy, pronto te encontraré y será un placer charlar contigo, un abrazo.

    o. pirot

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  4. Mi querido J. Malia, me encantó tu comentario sobre Urceloy, sobre todo el detalle final de las manos.

    o. pirot

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